Menudo Lío {Kyle

"No voy a conseguirlo, me van a pillar" Me dije a mi misma aquel día mientras que salía cuidadosamente de la sala común de Gryffindor. Serían las doce de la noche y yo me había olvidado por completo de los deberes de Herbología, teníamos que escoger una planta en los invernaderos y analizarla detalladamente, es decir, teníamos que analizar sus funciones, si la planta estaba en buen estado, y por muy absurdo que parezca, cual había sido el primer mago o la primera bruja que había usado la puñetera plantita en cuestión.

Llegué rápidamente a los invernaderos esquivando a Filch, a la Señora Norris y al tremendamente odioso Peeves, los tres se pasaban el día dando vueltas alrededor del castillo para pillar a los alumnos rompiendo las normas, pero eso no es lo peor, no, lo peor es que la maldita Señora Norris, era una maldita gata, ¡Una gata! ¿A quien narices se le había ocurrido coger a una gata y ponerla junto con un conserje loco a cuidar un colegio? En serio, me estaba replanteando seriamente la salud mental de los diversos directores y directoras que Hogwarts había tenido.

Busqué una mandrágora entre todas las plantas que había, no podría sacarla del tiesto para verla mejor porque no quería quedarme medio sorda ni que me descubrieran por culpa del odioso chillido de esa peculiar plantita. Recordé cuando examinamos una de esas en segundo ¿o fue en tercero? Bueno a lo que iba, la puñetera mandrágora chillaba más que mi madre cuando se enfada, en serio hay que verla enfadada para creerlo. Saqué un pergamino y lo que los muggles denominaban bolígrafo y me puse a escribir la puñetera descripción de la puñetera planta de las puñeteras narices.

Estaba yo concentrada en los deberes cuando de repente escuche como se abría la puerta de los invernaderos chirriando, "estoy acabada" pensé en ese mismo instante, contuve la respiración mientras me metía debajo de una de las mesas del invernadero, justo encima de mis narices apareció una araña, intenté reprimir el grito pero no pude y gritando salí de mi escondite mientras me limpiaba el uniforme. Me dí cuenta de que acababa de descubrirme así que me giré lentamente pensando en una buena excusa para darle a la persona que estaba detrás de mi.

No podía dormir esa noche, cada vez que intentaba cerrar los ojos con intención de soñar no lograba hacerlo, me despertaba cada quince o veinte minutos entre maldiciones. Solo quería poder cerrar los ojos y despertar al día siguiente y continuar con mi rutina pero esa noche no iba a ser así de sencillo. Me levanté de la cama de mal humor y busqué a oscuras mi ropa, algo informal y una chaqueta para abrigarme, nada del uniforme o la túnica.
Puede que un paseo me despejara e hiciera que el sueño volviera, una caminata bajo el aire fresco me ayudaban a conciliar el sueño en las raras ocasiones momo esta. Caminar por el interior del castillo no me ayuda en absoluto, y si encima estaba el conserje rondando mucho peor, el y su condenada gata que conseguía sacarme de quicio con sus maullidos, una vez la condenada gata me sobresaltó con uno de esos maullidos cuando intentaba leer un libro en la biblioteca a una hora inadecuada para los alumnos.

Tras vestirme me acerqué a una de las ventanas abiertas y observe el astro lunar brillando en el cielo nocturno, me relajaba observar la luna y evadirme de la realidad, dejar que los buenos recuerdos, y los no tan buenos, me invadieran. Recordar lo bueno que te sucedía en la vida no estaba tan mal y lo malo te preparaba para no cometer los mismo errores.
Suspiré y me transformé, abandonando mi cuerpo humano y cambiando mis extremidades de carne y hueso por otras con plumas. Crucé la ventana y me escabullí entre las torres del castillo en círculos, era embriagadora la sensación de volar sin ayuda de una escoba, volar por ti mismo sin ayuda de la magia.

También me gustaba la vista que un halcón poseía, capaz de distinguir desde el cielo una silueta, como la que veía yo en ese momento. Parecía una joven con mucha prisa y por la dirección en la que iba se dirigía a los invernaderos, era pelirroja, lo supe al descender un poco. Normalmente no era un chico que se dejase llevar por la curiosidad, pero había ciertas ocasiones, no muchas, en las que me gustaba estar bien informado de según que cosas. No soy de los que juzgan, yo mismo he estado muchas veces en los exteriores del castillo tan tarde por propia voluntad y me ha dado igual estar infringiendo las normas de la escuela.

La seguía a una distancia y altura prudente, no es que pensara que iba a saber que el halcón que sobrevolaba esa zona era en realidad un animago, pero tampoco un animal salvaje se acercaría mucho a un ser humano.
Cuando ella entró al invernadero espere unos minutos antes de transformarme en humano otra vez, dudé un momento en si entrar o no pero después de haber llegado hasta ahí no me iba a dar la vuelta y olvidarme de todo ese asunto.
Entré en el invernadero, un lugar que no me agradaba mucho, era una clase que a mi parecer no servía para mucho, pero esa era mi opinión, otros dirían que la herbología era una signatura fascinante.
En el interior creo que la chica quería esconderse, pero por alguna razón salió de debajo de una mesa, puede que no esperara ver a un alumno pero seguro que lo prefería a un profesor. -Hola, es muy tarde para que una joven alumna como tu esté en los invernaderos-

-Soy sonámbula y me he despertado aquí por accidente - fue la primera excusa que se me cruzó por la cabeza, y lo primero que dije al girarme del todo con los ojos cerrados. Una voz suave me hizo abrir repentinamente los ojos para encontrarme con un chico rubio parado enfrente mía. Pestañeé varias veces del asombro, me habría esperado un profesor, incluso a la señora Norris, pero en ningún momento me habría esperado que un alumno como yo, bueno mayor que yo, pero el caso es, que me quedé allí quieta sin saber que decir o hacer, me había mentalizado para que un profesor me pillase merodeando por los pasillos a esas horas, pero no para que me pillase un alumno.

-Yo… esto… pues verás –se me quedó la mente en blanco, sacudí la cabeza levemente mientras intentaba ordenar mis pensamientos que en esos momentos bien podían estar en la Antártida y yo no me enteraría de que se habían ido. Al chico le había visto varias veces por el castillo y me había llamado la atención desde un principio, era el típico prototipo de chico perfecto, alto y rubio, pero había algo más, algo que estaba fuera de cualquier superficialidad, y era ese algo que no lograba descifrar lo que me llamaba la atención del rubio, rubio del que no sabía el nombre aún- Soy Lily, Lily Luna Potter- intenté dejar a un lado el hecho de que minutos atrás me había dejado sin habla- ¿Y tu eres?- le pregunté al chico de azules orbes.

Busqué la bolsa y la encontré tirada en el suelo llena de telarañas y con un par de pequeñas arañas encima. Solté un pequeño gritito y salté hacia atrás chocándome con el chico y, causando, que los dos fuésemos a parar al suelo, cayendo yo encima del rubio- Lo, lo siento- dije tartamudeando mientras me intentaba levantar, pero me resbalé y caí de nuevo encima del chico. Me sonrojé levemente –Soy un poco torpe- me perdí en sus ojos y me quedé allí quieta, sin mover un ápice de mi cuerpo, simplemente contemplando los ojos de aquel muchacho al que apenas conocía.

Para ser lo primero que decía no era una respuesta muy convincente, nadir en su sano juicio se creería que una alumna sonámbula había sorteado al conserje para salir del castillo y llegar al invernadero, estaba allí por propia voluntad y eso lo sabía porque la había estado siguiendo desde que la vi en el exterior del castillo. No iba a decirle que era un animago que tras escaparse por la ventana de su habitación transformado en un ave había visto a una chica pelirroja correr como si la vida le fuera en ello. Era uno de los secretos mejor guardados y que nadie conocía. No respondí a su excusa, no era necesario hacerlo, bastaba con que se diera cuenta de que era otro alumno como ella y que no representaba una amenaza, no era prefecto asi que no podía restarle puntos por estar a deshora en el invernadero y aunque pudiera hacerlo no era el más indicado para hacerlo.

Era gracioso escucharla intentando articular palabra, estaba sorprendida de verme y no era para menos, yo simplemente me había limitado a quedarme parado junto a la puerta y a observarla con el semblante serio. No era de los que solían sonreír a menudo, aunque me hiciera gracias el ver a la joven chica pelirroja algo nerviosa.
Lo que si me sorprendió fue escuchar el nombre de la jovencita, más bien el apellido de ella, Potter, había leído mucho sobre Harry Potter y lo acontecido años atrás entre las mismas paredes en las que ahora nos encontrábamos nosotros.
-Yo me llamo Kyle Gray, soy un simple estudiante que no podía conciliar el sueño y a decidido dar un paseo por los exteriores del castillo.- una voz en mi interior me decía que era hora de marcharme y seguir mi camino por los jardines o el bosque prohibido, pero me estaba entreteniendo con la joven maga.

Observé como buscaba algo en el suelo del invernadero, era un lugar bastante tétrico por la noche, lleno de plantas y con un ambiente húmedo. Estaba mirando a ambos lados el invernadero cuando escuché un grito proveniente de Lily, pero cuando quise mirar que ocurría ella estaba sobre mi y ambos en el suelo. Menuda torpeza por su parte, se podía disculpar pero eso no iba a cambiar el echo de que era yo el se había llevado el golpe contra el suelo y además con el peso añadido de la joven, que no pesaba mucho, pero se notaba. Cuando intentó levantarse de nuevo resbaló y calló otra vez sobre mi. Sentí otra vez un pinchazo en la espalda por el dolor, pero esta vez ella había caído de frente a mi, quedando sus ojos a la altura de los míos. -Ya veo que eres algo torpe.- la ayudé a levantarse y ya de paso así podía dejar de sentir ese frío en la espalda. -¿Que haces aquí a estas horas de la noche?, no es que quiera parecer un entrometido pero te podrías meter en un lío si te pillan.-

Fruncí el ceño, no se reía de mi torpeza, era la primera persona en años que no se reía de mi torpeza, y aunque me dolía que se rieran de mi… Venga ya, a quién quiero engañar, incluso yo me reía de mi misma cuando me pasaban estás cosas, pero como cuando me reía parecía un mono, me contuve la risa, no quería alarmar a la señora Norris, esa gata tenía un oído muy fino, demasiado fino para ser una gata que tendría como 180 años, vale tal vez estaba exagerando, pero era muy mayor, solo había que fijarse en su manera de andar por ahí, parecía un gato payaso.

Estaba demasiado absorta en intentar averiguar el por qué del increíble oído de la gata del conserje, así que no escuche bien la pregunta que… Kyle, eso, así se llamaba, era una de las pocas cosas que había captado mi oído. Odiaba cuando esto me pasaba, cuando me hablaban y no me enteraba, ¿por qué lo odiaba? Porque después se me quedaba cara de tonta y no sabía que responderle. Me quedé allí parada asintiendo con la cabeza ante lo que me hubiese preguntado. -¿Me tomarías por tonta si te digo que no te estaba prestando atención?- Mi voz era apenas un susurro. Está bien, no era la primera vez que me encontraba en esa situación, alguien me hablaba y yo prácticamente estaba en mi mundo de colores.

Me di la vuelta y me puse a buscar mi bolsa otra vez, la encontré en una esquina del invernadero, ¿cómo había llegado hasta allí? Ni idea. Cogí el cuaderno y el bolígrafo y busqué una mandrágora, no vi ninguna por la sala -¡No es posible!- exclamé en voz alta -¡Siempre tienen mandrágoras y hoy, que las necesito, no tienen ni una! –estaba furiosa y me había olvidado por completo de la presencia del rubio -¡Esto es indignante! ¡Tendrían que tener las dichosas plantitas!- Me crucé de brazos y fruncí el ceño y los labios -¡Voy a hablar con el director! ¡Esto no puede seguir así!- Fue al girarme de nuevo que volví a notar la presencia de Kyle, abrí desmesuradamente los ojos, -Normalmente no me pongo así- era la segunda vez en menos de quince minutos que metía la pata.

No se que me molestaba más de la chica, si que me hubiese derribado o el echo de que no me hubiese escuchado cuando le estaba hablando, pocas cosas había que me pudieran sorprender y molestar, y el que no me prestasen atención cuando intentaba ser amable era una de ellas. -Tonta no se, tendría que hablar contigo largo y tendido para descubrir cuan inteligente eres, pero si una persona irrespetuosa, no solo me derribas sino que además me ignoras completamente.- suspiré y observé a la chica pelirroja buscando algo, seguramente lo que intentaba coger antes de tropezar y caernos.

Me dirigí hacia donde la joven se encontraba y me puse a su altura, no pude evitar soltar un par de carcajadas, me hubiera gustado evitarlo ya que no iba nada conmigo. -Claro, sería muy inteligente de tu parte decirle al director que no había mandrágoras en los invernaderos a media noche cuando lo normal es que los alumnos estuvieran durmiendo.- suspiré y la observé con una medio sonrisa en mis labios, si normalmente no se ponía así la verdad es que no lo parecía. -Sera mejor que te relajes porque con esto solo me estas demostrando que muy lista no eres, achacaré esta falta de razonamiento tuya al despiste y dejarte llevar por tus sentimientos.- si había venido al invernadero a buscar esas plantas y a escribir creo que ya se lo que quería, simplemente información. Yo odiaba la Herbología, no me parecía una materia útil para mi día a día o mi futuro pero sabía que era tener que estudiarla.

Cogí instintivamente el cuaderno y el bolígrafo de las manos de la joven, y comencé a escribir, a pesar de odiar la asignatura eso no me había eximido de tener que estudiarla bien para sacar una excelente nota. No me podía permitir bajar mi media por un echo tan nimio como ese. -Sirven para curar la petrificación...- susurraba mientras seguía escribiendo en el cuaderno de la joven pelirroja. Me aparté un poco y me apoyé en el cristal del invernadero para seguir anotando toda la información. Me llevo cosa de unos quince minutos en los que no le hice ningún caso a la joven y una vez acabé de escribir le devolví su cuaderno y su bolígrafo. -Aquí tienes todo lo que hay que saber de las mandrágoras e incluso cosas que no se aprenden hasta sexto curso.- me puse erguido otra vez y la miré a los ojos. -Me debes una jovencita, y que sepas que yo siempre cobro mis deudas.-